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La historia de Joaquín Cortés se escribe con el sudor y la furia de su alma, al son de una seguidilla quiebra su alma con cada golpe de tacón y su cuerpo vibra haciéndonos a todos partícipes de su soledad, soledad que siempre le acompaña a Cortés, soledad de un artista que va desde el sur de España a New York, Tokio, Moscú o Kazajstan, soledad que comparte y nos hace estremecer profanando cada rincón de nuestros sentidos. Acompañado del salvaje sonido de unas palmas que en la oscuridad siempre le tocan, unas voces que vienen del más profundo sentimiento ruborizando nuestro ser, el temblar de unas guitarras… Joaquín Cortés nos envuelve en una tormenta tan dulce que solo queremos formar parte de él , de su vida y de su historia…
Joaquín Cortés no provoca a todos, nos seduce, nos desafía, le amamos y le odiamos a la vez, porque nos hace sentir vulnerables despojándonos poco a poco del control de nuestras propias emociones cada noche que le vemos bailar. Cortés nos acaricia con la suave figura que van dibujando sus manos, solo él nos produce ese extraño placer, una dulce euforia que nos hace sentir plenos. Al alejarse el gitano entre bambalinas descubrimos que su esencia nos envuelve y ya forma parte de nuestra piel, solo queremos volverlo a ver para volver a desafiarle, volver a odiarle y volver a amarle, solo queremos saber si él también se ha llevado parte de nosotros con él...
ESENCIA comienza con el deseo de un niño que lucha por lograr sus sueños, iniciándose en danza clásica, contemporánea, con las dificultades de la época. Un adolescente que deja su torso al aire frente a las críticas de todos aquellos que creen que Cortés ha hecho un sacrilegio con la cultura gitana, con el flamenco, es de los primeros en llevar un elenco de bailarinas, veintena de músicos y llenar plazas de toros. Su esfuerzo, sacrificio y pasión por el arte, desarrollan a una nueva estrella tan carismática que logra ser reconocido en el mundo entero. Con la madurez pasa de ser ese gitano revolucionario a un reflejo en el que se miran la nuevas generaciones; para muchos ya es un mito viviente.
La historia de Joaquín Cortés se escribe con el sudor y la furia de su alma, al son de una seguidilla quiebra su alma con cada golpe de tacón y su cuerpo vibra haciéndonos a todos partícipes de su soledad, soledad que siempre le acompaña a Cortés, soledad de un artista que va desde el sur de España a New York, Tokio, Moscú o Kazajstan, soledad que comparte y nos hace estremecer profanando cada rincón de nuestros sentidos. Acompañado del salvaje sonido de unas palmas que en la oscuridad siempre le tocan, unas voces que vienen del más profundo sentimiento ruborizando nuestro ser, el temblar de unas guitarras… Joaquín Cortés nos envuelve en una tormenta tan dulce que solo queremos formar parte de él , de su vida y de su historia…
Joaquín Cortés no provoca a todos, nos seduce, nos desafía, le amamos y le odiamos a la vez, porque nos hace sentir vulnerables despojándonos poco a poco del control de nuestras propias emociones cada noche que le vemos bailar. Cortés nos acaricia con la suave figura que van dibujando sus manos, solo él nos produce ese extraño placer, una dulce euforia que nos hace sentir plenos. Al alejarse el gitano entre bambalinas descubrimos que su esencia nos envuelve y ya forma parte de nuestra piel, solo queremos volverlo a ver para volver a desafiarle, volver a odiarle y volver a amarle, solo queremos saber si él también se ha llevado parte de nosotros con él...
ESENCIA comienza con el deseo de un niño que lucha por lograr sus sueños, iniciándose en danza clásica, contemporánea, con las dificultades de la época. Un adolescente que deja su torso al aire frente a las críticas de todos aquellos que creen que Cortés ha hecho un sacrilegio con la cultura gitana, con el flamenco, es de los primeros en llevar un elenco de bailarinas, veintena de músicos y llenar plazas de toros. Su esfuerzo, sacrificio y pasión por el arte, desarrollan a una nueva estrella tan carismática que logra ser reconocido en el mundo entero. Con la madurez pasa de ser ese gitano revolucionario a un reflejo en el que se miran la nuevas generaciones; para muchos ya es un mito viviente.